El domingo 1 de noviembre, Rafa Nadal se vio superado por Roger Federer en la final del ATP 500 de Basilea. El mallorquín volvió a evidenciar la ostensible mejora que ha experimentado su juego en el mes de octubre y jugó de tú a tú al suizo, forzándole a un tercer set y rebelándose ante unas condiciones del todo favorables a su rival. Al final, 6-3 5-7 6-3 para Federer, que logró su séptimo título en su ciudad natal y dio una nueva alegría a su enfervorecido público.
El hecho de jugar en pista rápida indoor, donde Nadal tan sólo tiene un título muy lejano en el tiempo, el de Madrid 2005 ante el croata Ivan Ljubicic, y frente a un rival del todo favorecido por la velocidad de la superficie y por el calor de los suyos, sumado a la brillante consecución del segundo parcial, hizo que la derrota en esta ocasión fuera menos amarga que en otras circunstancias.
El otoño le está sentando bien a Rafa. Si en Pekin alcanzó la final ante Djokovic y en Shangai quedó apeado en semifinales ante Tsonga, esta final ante Federer vuelve a colocarle en la senda de las buenas vibraciones, tan necesarias después de un año complicado. Esta semana, además, se ha impuesto a especialistas en rápida como Lukas Rosol, Grigor Dimitrov o Marin Cilic. A estos tres, además, los acabó superando en tres sets, lo que indica a las claras la mejora de Nadal en el aspecto que más le estaba penalizando en 2015, el psicológico.
Después de estas tres sufridas victorias, Rafa cuajó una notable actuación en semifinales, imponiéndose al francés Richard Gasquet por 6-4 7-6(7). La sensación en el seno de su equipo es que las cosas empiezan a enderezarse. Con sólo dos torneos en la recta final de la temporada, el Masters 1000 de París y el Masters de Londres, el tiempo vuelve a transcurrir a favor de un Nadal que dedica todas sus energías al reto de volver a ser, en 2016, el ganador impasible que tanto admiramos durante una década.
